Un río desciende de la cúspide de un glaciar. Es pequeño como una lágrima, incluso tímido, incluso mágico. Arrastra ramas y piedras que lleva consigo (por algún tiempo). El río va descalzo, a pura piel. Cargado de risas y penas. Da sin recibir nada a cambio. Aunque no conozca las intenciones del cocodrilo o las de la risita falsa del color rosado. No le importa que le devuelvan los cinco, en su inteligible solo se destaca su propia superación. Y es que se conoce tanto que ya no le importa lo que hay detrás de su espalda, aprendió de todas las heridas que tiene en ella.
Aunque el río va sólo no se siente así, habla con la luna y las estrellas. Les cuenta sus miedos y sus sueños. Les cuenta lo cuan triste se siente de llegar al océano, del miedo que le da transformarse en un puñado de algodón sin antes haberlx multiplicado 36 veces o quién sabe, quizás más. O sin antes encontrar en el mar de las estrellas a alguien para regalarle el amor que duerme bajo su pecho. La luna nunca le responde, no lo entiende a comparación de las estrellas que titílan cuando el río llama. La luna observa, es sabia pero no comprende el más allá, el pesar del río. La vida.