Escrito por Esperanza Contreras Legua
No lograba alejarla de mi cabeza, esa era mi excusa, su imagen se pronunciaba como eco en mi sinapsis. Sus hojas de rubí, delicadas y tersas eran la armonía más bella. Ella cada día se encontraba en aquel prado con sus raíces bien clavadas a la tierra. Su capullo sonriente observaba sin repudio el sol que la alumbraba. Mi Rosa no tenía comparación, no existió flor que se atraviese a proclamarse como su igual. La Dalia era pequeña y redonda, no muy de mi estilo; El Tulipán tenía un aire de arrogancia, tan cerrado, que la verdad no se me apetecía acercarme; Las de Cerezo, eran muy inocentes, tan ingenuas las pobres; Y el Girasol de gran altura y pétalos rubios, imponía demasiada sofisticación para un hombre como yo. Mi Rosa, en conclusión, era perfecta ¡Llámenme obseso! Ella despertaba en mí las ganas de devorarle los pliegues carmesí, verla bailar proyectando su escarlata era mi fantasía, pero aun así sus espinas afiladas me sacaban de quicio ¡Tanta alcurnia y labia que tenía la muy bella!
Como todos los días me arranqué a la pradera, de inmediato la divisé. Mi corazón comenzó a rebosar en un frenesí, esta flor me traía loco. Mi cerebro lo mantenía en pausa y mis ojos embobados ¡Tan enamorados!
De pronto y bien despacio se acercó a ella un hombre, con su jardinera tan formal derramó de su rocío en mi Rosa, ella tan coqueta se contorneaba y alardeaba ¡Y mi sangre se puso como lava! Así fue como en una noche de pasión la busqué entre la humedad del campo, cercené sus raíces con elegancia y cuidado, mi corte fue preciso, justo en las entrañas de su tallo. Espero mi Rosa no haya sufrido. La cubrí con papeles de seda para sostenerla entre mis manos. Nuestro viaje fue callado, al llegar a casa admiré su preciosura ¡Por fin era mía! Ella estaba más colorada que nunca, besé sus pliegues, le canté mi declaración y acaricié hasta el último de sus pétalos, pero no hubo respuesta. Frustrado la encerré en un cajón, dándole la oportunidad de recapacitar.
A la mañana siguiente ansioso la liberé del enclaustre, y fue en ese momento y sólo en ese instante cuando me di cuenta de que mi Rosa, ya no era más ella. Marchita con las podridas hojas amarillas, estaba irreconocible. Su olor me dejó helado y se me erizó la piel al ver su tallo oxidado – ¡Que te sucedió, amor mío! –exclamé cuestionando los sucesos, no entendía que había hecho mal. Me desgarré la garganta gritando, mis ojos se deshicieron en llanto. Quise ahí arrancarme el corazón, de la misma manera en la que extirpé las raíces de mi Rosa. Pero ya era muy tarde para cometer tal acto.
Hoy recito nuevamente esta confesión. Me inunda la nostalgia de tu gracia en este frío lugar, me lamento noche tras noche por haber manchado mis manos con tu aroma, no paro de pensarte, nadie te amó como yo ¡Llámenme obseso! Los uniformados tendrán que aceptar, que al menos en esta celda, pueda vivir latente tu recuerdo, mi bella Rosa.
Me cautivó la historia entre este hombre y su Rosa, se puede interpretar de tantas maneras!!! 😊👏