Por K.Koday
Se me desgarró el corazón y asfixiado trepó a mi boca. Cayó al suelo de espinas y su desangre conformó un río. Aun así, con los dedos temblorosos y los ojos de cristal, detuve mi respiración para sumergirme a nadar en su búsqueda, lo sostuve y lo acomodé suave en mi pecho, con comprensión lógica lo acuné y le susurré que todo estaría bien –él no me creyó –su bombear día a día fue tenue. Cada noche lo acaricié, lo besé y lo acurruqué entre mis brazos, pero desconfió de mi tiritar y comenzó a preocuparse. Luego de notar mi sofoco en el encierro, se negó a descansar en mis manos, rechazó la idea de ahogarnos el uno al otro. Él mismo se convenció de que la carente de calor era yo, por lo mismo me abrazó fuerte y sin respingar y, mañana tras mañana, al abrir nuestros ojos, su palpitar fue cada vez más intenso, le advertí que no se esforzara en exceso y, sin embargo, el testarudo se aceleraba más. Me colmó de energía, ahora mis ojos son de luz, dan brillo a mi cuerpo y firme en mi andar no resbalo ni me atasco. Gracias a mi corazón, gracias a mi vida, gracias a la perseverancia que baila en mi cama cada día, con suma paciencia y aceptación onírica pintamos el amor bello que debe crecer, sin importar lo que fue.
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